Esta mañana, me ha llamado una gran amiga para contarme una decisión que acababa de tomar. A pesar de su seguridad innata y fortaleza ante las disyuntivas, necesitaba ese empujón para llegar al punto raíz, donde ella es feliz. Como le he dicho: si haces las cosas como a ti te gustan y tu quieres, siempre contentarás a los demás y, lo mejor, contentarás a tí misma. Porque irradiarás seguridad y felicidad. Cierto que, ahí, nacen las culpas. Hacer lo que a uno le gusta conlleva insatisfacciones a terceros.
Buscamos culpables para hacernos víctimas de la situaciones que se nos escapan de las manos. Cuando lo realista sería ser aceptar nuestras decisiones y actos con determinación y coraje. Porque es nuestra vida ¿no? Vivimos la vida sintiéndonos juzgados por lo demás. ¿tanto te importa lo que piense tu vecino, tu amigo o tu novio de ti? Me viene a la cabeza una de mis citas favoritas de John Locke que dice: «Soy yo el único juez dentro de mi propia conciencia, porque soy yo quien habrá de responder en el gran día al Juez Supremo de todos los hombres». La verdad es que no puedo estar más de acuerdo.
Se juzga que una persona conservadora esté a favor de la homosexualidad. Y que un votante de izquierdas sea taurino. Todo debe ser negro o blanco cuando, en realidad, hay muchos colores intermedios. Una vez, un chico me dijo que no me pillaba. Que no comprendía mis gustos, unidos a mi personalidad y mi forma de vida. Yo le contesté que era ecléctica, que vivía la vida como un aprendizaje constante y la persona que yo era, se fundamentaba en experimentación y en ser la persona que YO quería ser. Y teniendo una base súper sólida, fluía ante las circunstancias de la vida como si fuese una sirena, ¡no olvidemos que soy Virgo!
Un perfil indómito es fácilmente juzgable por las masas. Pero, bastante querido por las minorías. Porque no entra en el canon de un estereotipo clásico. Y eso confunde al personal. Les hace sentir inseguros porque sienten que, tan solo, conversar con esa persona es un ejercicio de alto riesgo. Y cuando observan que no pueden pillarlo, ni entenderlo; lo juzgan. Y lo que no se dan cuenta es que el legado de Locke está muy marcado en su conciencia y es difícil sentir culpa por ser así: diferente y original.
Y todo esto viene porque, ayer, me volví a ver, por vigésima cuarta vez, un capítulo de Sexo en Nueva York, donde Carrie Bradshaw y Mr. Big, se culpan el uno al otro por la actitud que muestran en la relación. Este capítulo me trae nostalgia como los chicles Bubbaloo. No es mi culpa que me gusten, tampoco es la tuya que te disgusten. Tal vez el elixir para ser feliz, sea «ir a nuestra bola», tal cual, sin aditivos. Y eso, no significa pasar de los demás e ir pisándolos como si fueses el Príncipe de Maquiavelo, sino ser autónomo en el zoo de la vida. Y vivir sin mochilas de carga, ni arrepentimientos.
La culpa puede que la tenga la edad. Ya que la edad, te quita culpa. Lo más interesante es vivir sin pensar en qué pensarán los demás.
Love, Micky.

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