La democratización de la hamburguesa

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#2RELATO · EL SOL CEGADOR

julio 16, 2019

La carretera de la playa dirección a Sitges era divertida de conducir. Curvas cerradas y acantilados rocosos que terminaban en el mar. El sol permanecía tan alto que no dejaba sombra en el suelo. El viento chocaba contra el capó del descapotado Alfa Romeo Spider que Jon conducía con soltura, propia de su experiencia al volante de deportivos de competición. Llevaba unas gafas de carey marrón que le favorecían bastante. Su frondoso cabello castaño y corte de cara angulosa, le hacían ser un tío muy interesante. Carles le acompañaba como copiloto—Oh now momma don’t you ask me why…Woaaaaah, oh listen to the music— cantaba Carles chascando los dedos al ritmo de la canción. —¡Me acuerdo cuando tenías el grupo en Tossa de Mar! — comentó Jon. —Buah, ¡me echaron por algo!— dijo Carles con cierta vergüenza recordando sus pésimas facultades musicales. La canción de los Doobie Brothers acabó. Jon se acercó a la oreja de su compañero y le regaló un mimoso beso. —A veces, necesitamos que nos salven—dijo Carles compasivo.

Amigos desde la niñez, siempre compartieron su gusto por las fresas silvestres de gominola, las películas de James Dean y los libros de Oscar Wilde. Su primer beso tuvo lugar en una excursión de fin de curso a los trece años. Jon vendó los ojos de Carles y musitando unos versos, arrimó sus labios a la boca de su amigo. Sus vidas fueron análogas hasta que la universidad les separó en 1985. Jon se fue a Madrid a disfrutar su homosexualidad en las aulas de la Politécnica, mientras que Carles se quedó en Gerona, reprimiendo su instinto y casándose con la vecina mona de la casa de la playa.

Durante muchos años, se veían al inicio del verano: un café con hielo; un cigarro en la puerta de un garaje o una llamada. Mantuvieron encendida la llama, aunque fuese a base de ínfimos bocados de pasión a medias. Esta vez fue distinto. Jon reservó una casa perdida en el parque Nacional del Garraf, sin conexión. El fin era conectar como nunca antes lo habían hecho.

Carles estaba emocionado por dejar atrás su vida descafeinada. Tras casi veinte años de matrimonio, decidió abandonar su casa y experimentar el viaje que tenía en mente desde los trece años. Una maleta de cuero con unas prendas de ropa, un neceser y sus pastillas para la migraña eran los únicos enseres que llevaba consigo de toda una vida.

Cuando acabaron las curvas. Se perdió de vista el mar y se adentraron entre montañas. El depósito del coche marcaba la aguja cerca del cero. —¡Estamos de suerte, gasolinera a tres kilómetros!— canturreó Jon. Al bajarse del coche, el viento movía todos los elementos colgantes del escaparate de la estación. Corrieron el uno al otro. Entre risas, muecas y complicidad, se estrujaron con sus brazos y se comieron a besos. Carles quería fumar. —Espera. Echamos gasolina y nos fumamos un pitillo cerca de la cuneta—dijo Jon a la vez que le echaba el brazo al hombro y le rozaba con gracia el sexo. Al llegar al mostrador, continuaron besándose como si quisieran vaciar el depósito de cariño para recargarlo de gasóleo. —¿Cuánto van a querer? ¿Diésel o gasolina?— dijo la dependienta de la gasolinera. —¡Lleno de 95!— dijo Jon quintando su brazo del hombro. —¡Carletes, Carletes! ¿eres tú?— vociferó la dependienta con la cara desencajada. Ella era la prima segunda de su mujer, íntima de la familia. Con ella había pasado verano tras verano, todos estos años en la playa de Tossa de Mar. El rostro de Carles palideció y bajando la mirada al mostrador, en silencio, otorgó un sí a la pregunta de la prima. Suspenso, salió corriendo de la gasolinera y cayó al suelo al llegar a la cuneta. Comenzó a llorar con frustración, propia de la cobardía que protagonizaba en su vida.

Jon salió de la tienda, recargó el depósito de gasolina y arrancó el coche. Al llegar a la altura dónde estaba Carles, aparcó el coche. Al salir, se sentó a su lado. Se quitó las gafas de sol, sacó la cajetilla de tabaco y le dijo: —¿Quieres un cigarrillo?—

 

M.

1 comentario · Categorías: Moda y Lifestyle Tags: escritura creativa, narrativa, relato breve

#1relato · Sicilia in amore

abril 11, 2019

—¡No es momento de discutir otra vez por el dichoso plato! — dijo Mónica con voz irritada. Hugo, su pareja desde hacía casi dos lustros, miró hacia el suelo con la sensación de ser un impertinente. La gastronomía era la pasión común de la pareja y cada vez que él iba al restaurante de Mónica, afloraban sensaciones y gustos encontrados.  Ella era chef y él crítico gastronómico.  Desde que se conocieron en Sicilia, todo había cambiado. Ella había sufrido un estancamiento creativo y él luchaba porque Mónica volviese ser una chef de éxito.

La compra del ático en el centro de Madrid, les llevó a un desencuentro abismal. Ella justificaba su ausencia de creatividad en la incomodidad de la casa y a la ausencia de Hugo por sus innumerables viajes alrededor del mundo.

Esa noche, hacía un calor insoportable. La poca corriente que había en la habitación abuhardillada no dejaba dormir a Mónica. Por primera vez, en sus recién cumplidos cuarenta años, empezó a sentir dudas acerca de su profesión. En el fondo, estaba harta de cocinar y formar a cocineros de pacotilla para que hiciesen burdas réplicas de sus platos.

También, tenía la sensación de que su relación con Hugo había pasado a ser un segundo plato. Ya no se hablaban con cariño, el sexo era inexistente y las conversaciones quedaban reducidas a gastronomía en la peor de las versiones. Mónica amaba a Hugo y no iba a permitir que su profesión acabase con ellos. Tras mil y una vueltas, se encaró a su pareja y le miró fijamente hasta que llegó el alba.

Cuando él abrió los ojos, ella le dijo: —Si Sicilia nos unió, no permitiré que ningún plato nos desuna más— Hugo, somnoliento, derramó una lágrima. Para él, su chica era su primer plato. El más delicioso de los bocados. Ella le propuso volver a Sicilia. Él aceptó sin pensarlo.

Al aterrizar en Catania, la mejor de las Caponatas les esperaba. Sobre un pan recién horneado, laminas de berenjena doradas, sobre una jugosa salsa de tomates y, aceitunas y alcaparras frescas, que derrochaba el mejor de los aromas. La comieron entre risas y confesiones del corazón.

Al poco tiempo, Mónica encontró una Osteria rehabilitada de finales del siglo XIX. Encontró su nuevo lugar. Volvió a amar la cocina y a Hugo.

 

1 comentario · Categorías: Cultura Tags: escritura creativa, narrativa, relato breve

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