Eran las 8 de la tarde de un caluroso día de verano. Eran los años 70, una época de transformación social, cultural y económica, y Madrid era partícipe de ello. Cuenta una leyenda que una chica llamada Casilda había había viajado de Soria a la capital para visitar a su amor. Tenía el pelo rojizo con innumerables rizos, caminaba con un cierto desgarbo pero con una sonrisa que iluminaba la oscuridad. Esperaba que, Samuel, novio hasta que dejó las cabras para empezar a estudiar Derecho en Madrid, le recibiese con los brazos abiertos en la Plaza Mayor, sitio donde habían quedado para su reencuentro. Casilda que estaba expectante por el encuentro, se desmoronó al ver a un Samuel cambiado, un tanto distante y poco emocionado al verla.
Ella que era de las apasionadas de la buena mesa le persuadió para comer algo típico de Madrid y Samuel sintió que puesto en la tesitura de anfitrión tenía que llevarla a comer el bocadillo más castizo de la ciudad. Anduvieron por la Plaza Mayor y el sollozo de tristeza que germinaba en Casilda era notable a cada paso que daban por el desigual alicatado de la plaza. Samuel que había descubierto el Madrid de la movida musical, había dejado muy atrás esos paseos por la sierra de Soria con su querida Casi.
Como contaba, en los años setenta, el bocadillo de calamares cobró una gran importancia en la capital y todos los bares colindantes a la Plaza Mayor, se hacían eco de tal popularidad. Los estudiantes madrileños acudían a la zona para comerse un bocadillo y unas cañas de cerveza. Samuel, a pesar de estar más concentrado en la programación musical de los bares de moda, quería
llevar a la que hasta ahora había sido su novia, a comerse un bocadillo a Casa Rúa, bar cónclave de la época para comer anillas de calamar rebozadas entre panes.
llevar a la que hasta ahora había sido su novia, a comerse un bocadillo a Casa Rúa, bar cónclave de la época para comer anillas de calamar rebozadas entre panes.
Pidieron los bocadillos y una vez los sirvieron, Samuel no dudó en declarar lo que ya no sentía hacia Casilda. Lo que unió la Sierra de Urbión, fue desunido por las noches de DYC y rock&roll. Ese fue el bocadillo del desamor. Casilda volvió a su casa y nunca más supo de Samuel, ni del bocadillo de calamares y, supongo que ni de Madrid.
Muchas décadas después, este humilde e ilustre bocadillo continua siendo apreciado por madrileños y turistas. Y rememorando esta leyenda, ayer estuve en Casa Rúa (C/ Ciudad Rodrigo, 3) y como si fuese una turista más, pedí un bocadillo de calamares y una caña.
Esta claro que el Madrid de los 70 ya no está aquí, al igual que las millones de historias que esconden bares como este. Y aunque el bocadillo siga siendo el mismo, yo creo que ya no sabe igual.
¡Feliz miércoles!
M.
