La democratización de la hamburguesa

Un blog muy personal cargado de vivencias y experiencias cargadas de gastronomía, cultura, viajes, moda y lifestyle.

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#1relato · Sicilia in amore

abril 11, 2019

—¡No es momento de discutir otra vez por el dichoso plato! — dijo Mónica con voz irritada. Hugo, su pareja desde hacía casi dos lustros, miró hacia el suelo con la sensación de ser un impertinente. La gastronomía era la pasión común de la pareja y cada vez que él iba al restaurante de Mónica, afloraban sensaciones y gustos encontrados.  Ella era chef y él crítico gastronómico.  Desde que se conocieron en Sicilia, todo había cambiado. Ella había sufrido un estancamiento creativo y él luchaba porque Mónica volviese ser una chef de éxito.

La compra del ático en el centro de Madrid, les llevó a un desencuentro abismal. Ella justificaba su ausencia de creatividad en la incomodidad de la casa y a la ausencia de Hugo por sus innumerables viajes alrededor del mundo.

Esa noche, hacía un calor insoportable. La poca corriente que había en la habitación abuhardillada no dejaba dormir a Mónica. Por primera vez, en sus recién cumplidos cuarenta años, empezó a sentir dudas acerca de su profesión. En el fondo, estaba harta de cocinar y formar a cocineros de pacotilla para que hiciesen burdas réplicas de sus platos.

También, tenía la sensación de que su relación con Hugo había pasado a ser un segundo plato. Ya no se hablaban con cariño, el sexo era inexistente y las conversaciones quedaban reducidas a gastronomía en la peor de las versiones. Mónica amaba a Hugo y no iba a permitir que su profesión acabase con ellos. Tras mil y una vueltas, se encaró a su pareja y le miró fijamente hasta que llegó el alba.

Cuando él abrió los ojos, ella le dijo: —Si Sicilia nos unió, no permitiré que ningún plato nos desuna más— Hugo, somnoliento, derramó una lágrima. Para él, su chica era su primer plato. El más delicioso de los bocados. Ella le propuso volver a Sicilia. Él aceptó sin pensarlo.

Al aterrizar en Catania, la mejor de las Caponatas les esperaba. Sobre un pan recién horneado, laminas de berenjena doradas, sobre una jugosa salsa de tomates y, aceitunas y alcaparras frescas, que derrochaba el mejor de los aromas. La comieron entre risas y confesiones del corazón.

Al poco tiempo, Mónica encontró una Osteria rehabilitada de finales del siglo XIX. Encontró su nuevo lugar. Volvió a amar la cocina y a Hugo.

 

1 comentario · Categorías: Cultura Tags: escritura creativa, narrativa, relato breve

B O R E D C O U P L E S

febrero 27, 2019

Siempre me han llamado la atención las parejas que se aburren. Si, esas que salen a cenar, tomar un Daiquiri o tomar el aire en una terraza y tienen cara de perro pachón enfadado. Me produce lástima que no pena, ver esa estampa en la gente. Por lo menos, si estuvieran discutiendo a voces sobre cual es el mejor risotto de Madrid, demostrarían más interés el uno por el otro. Sin embargo, el silencio y la mirada perdida, denota «un estar por estar», bastante peligroso.

Llegué a la básica conclusión de que en la vida hay parejas enamoradas y parejas aburridas. Están Mister Cooper y Lady Gaga en a Star is Born, y luego un sinfín de personas que se unen o siguen unidas por el devenir de la no elección de su existencia.

Leyendo este bonito texto de Julio Cortázar, me entró la calentura y pensé que las parejas que están destinadas a no ser, tal vez sean las que más enamoradas están… o tal vez no. Bueno, el caso es que impulsada por el aburrimiento de la tarde, me puse a buscar fotografías de parejas aburridas. Entre los resultados, un sinfín de onomatopeyas gráficas me dejaron con la sensación de estar todavía perdiendo más el tiempo. Es  cierto que buscar en Internet se convierte en una misión difícil.

Cuando de repente, di con una de las series fotográficas más interesantes que había visto. No por la calidad del material, ni por la belleza de lo expuesto, sino por el mensaje tan clarividente que expresaba. El fotógrafo británico Martin Parr, en su colección Bored Couples, fotografió a 20 parejas en un estado de aburrimiento, desidia, y desilusión absoluta. A través de su cámara, ilustró en imágenes una ácida llamada social de cómo el fin de la ilusión y la pérdida de del brillo en los ojos existe.

Esta serie fotográfica data de los años 90 y me resultó muy parecido a lo que vivimos hoy en día. La única diferencia es que, a día de hoy, faltarían los teléfonos móviles como protagonistas de la escena.  Son parejas que yacen en la máxima desidia en la hartura de la monotonía sin encontrar una chispa de luz en el momento presente.  Todos ellos serían Bucowski, con ganas de beber sin motivo alguno; para olvidar, celebrar o para que pasase algo.

Lo bueno de buscar es que, a veces, puedes encontrar «cosas» que te encanten. Descubrir a este fotógrafo ha sido un gran acierto. Os invito a surfear la Web de su obra fotográfica, cargada de simbolismo, colorido, luz y mucho costumbrismo. Es una captura de la realidad muy informal y, me atrevería decir, que con un toque muy caricaturesco de la sociedad.

Books by MP

Del aburrimiento pueden surgir cosas buenas, ya sea descubrir a Martin Parr o escribir este post.

Ciao, M.

Bored Couples Book

Deja un comentario · Categorías: Cultura Tags: bored couples, fotografia, martin parr

Tenemos que vernos más

noviembre 23, 2018

El miércoles por la mañana, me desperté con el viralizado vídeo del spot de Ruavieja. La primera visualización me encogió el estómago y derroché unas cuantas lágrimas, pensando en todos mis seres queridos. Me pareció tan sumamente bonito y emotivo que se lo reenvié a personas importantes de mi vida. Las contestaciones fluían de la misma forma: ¡qué gran verdad!, ¡es cierto, tenemos que vernos más!, ¡jo, la vida pasa, el reloj no para!, ¡las nuevas tecnologías van a acabar con nosotros!, ¡gracias!

Resultado de imagen de spot ruavieja

Decidí verlo de nuevo y mi reacción ante el spot cambió completamente.

No quiero decir con esto que el anuncio me dejase de parecer emotivo y real, pero, sí que juega con las emociones con un poco de demagogia. Es innegable que, debido al avance y proliferación de las nuevas tecnologías, pasamos más horas delante de una pantalla. ¡Qué le vamos a hacer si tenemos que trabajar delante de un ordenador! Hace siglos, pasaban las horas con la hoz, segando la tierra al aire libre y ahora nos comen los edificios de oficinas y redes inalámbricas. Indudablemente, los efectos de tanto consumo audiovisual no es positivo y, en vez de conciliar las relaciones personales, puede ser un agente de crear personas encerradas en su mundo virtual.

Trabajamos tantas horas que, a veces, lo que más apetece es encender el pc, abrir Netflix y ver cualquier contenido que nos saque una sonrisa, en vez de quedar con ese amigo que llevas meses escribiéndote: ¡a ver si nos vemos!. No creo que esto se deba a una mala distribución del tiempo, sino a una elección de cómo pasar nuestro tiempo. Hace 60 años, en un pueblo, las relaciones personales eran más cercanas y de mayor cantidad. Para empezar por la cercanía y por la falta de opciones para hacer cosas. Actualmente, si vives en una gran ciudad, hay muchos factores que perjudican la periodicidad de los encuentros e, incluso, la calidad de los mismos. Pero, mi pregunta es: ¿ves a aquellas personas que quieres de verdad y que si quieres ver? Siendo rotunda, la respuesta es SI.

Habrá millones de coyunturas que lo compliquen pero, desde que nos levantamos de la cama, la vida nos ofrece muchas opciones y nosotros elegimos. Elegimos ir al gimnasio o no, comer sano o arrasar en Alfredo´s Barbacoa, llamar a tus padres de camino al trabajo o escuchar un podcast sobre Millennials, quedar con esa amiga que está pasando un mal momento o ver la última película de HBO. Está claro que es complicado verse si vives a miles de kilómetros o tu horario de trabajo va a la contra que el de los demás pero, si quieres podrás tener contacto con esa persona. Por lo tanto, no se trata de una falta de tiempo o una mala distribución del mismo causada por el devenir de nuestro tiempo. Sino de una elección de con quien pasamos nuestro tiempo.

Mi mayor crítica al respecto es cuando el psicólogo dice que nuestra mente está programada para no pensar en el tiempo que nos queda de vida. ¡Gracias mundo por estar programados así! Esa simple sensación es la que nos hace vivir la vida con esperanza sin pensar en cuando será nuestro último día. Si estuviésemos programados con un día de muerte, la vida no tendría sentido porque la magia de no saber es lo que da valor a la existencia.

El cálculo del tiempo que nos queda con esa persona querida, me resulta completamente irreal. Obviamente, es momento de lágrima fácil pero siendo conscientes del desconocimiento de tiempo que nos queda… ¿cómo voy a saber el tiempo que nos queda para disfrutar juntos si no sé el tiempo de vida que me queda de vida? ¿La solución sería juntarnos todos en el campo, mirándonos, sintiéndonos y contando las horas que pasamos juntos? Lamentable el planteamiento.

Si soy una clara defensora de las nuevas tecnologías en lo que a comunicación personal se refiere. Gracias a la tecnología estamos más unidos con personas que viven en otros continentes y podemos conectar a cualquier hora del día y a través de muchos canales. Ruavieja da en el clavo de que tenemos que vernos más para compartir sobremesa con una crema de orujo. Me quedo con ese planteamiento.

Ya que somos propietarios de nuestro tiempo, disfrutémoslo con aquello (un Ruavieja) y aquellas personas que deseemos (contigo). La distribución corre a nuestra cuenta. 🙂

M.

 

 

Deja un comentario · Categorías: Cultura, Personal Tags: navidad, seres queridos, tiempo

INVISIBLES

octubre 19, 2018

Otro día más, una de esas noticias del Telesucesos  de por la noche me dejó perpleja. Es cierto que estamos banalizados con el mal: nos podemos comer un cordero asado mientras vemos a través de una pantalla LCD como niños civiles mueren en una guerra que no tiene fin. Como el sufrimiento, la sangre y la desolación no nos afecta lo suficiente y tenemos la capacidad de intercambiar pantalla contestando un Whatsapp de donde quedamos luego. Y es una verdadera miseria que los seres humanos seamos tan sumamente invisibles.

La noticia: «Nadejda, ocho años muerta en su casa sin que nadie denunciara su ausencia», me  produjo una tristeza infinita. Pensé para mí, ¿nadie en este mundo la echó de menos durante casi 3000 días de ausencia? ¿Tendría hijos, hermanos o vecinos? Cuando me puse a investigar sobre el suceso, me sentí más conmovida ya que la mujer de origen ucraniano tenía un hermano en Ucrania y dos hijas que vivían también en España. Un buzón lleno de cartas, un coche inmovilizado durante todo este tiempo lleno de polvo y una puerta cerrada desde dentro en la máxima invisibilidad. Y me parece algo increíble que, en España, ya son 5 los casos de fallecimientos no notificados en lo que llevamos de año.

Y esto me lleva a la idea de que la vida está pasando demasiado deprisa ante nosotros y los avances tecnológicos son un ataque a nuestra identidad. Antes había más contacto personal y eramos un nombre más un apellido. Recuerdo cuando iba al colegio que saludaba al panadero de debajo de mi casa e incluso los días que la pereza me inundaba, cogía el autobús, y me sabía el nombre de los conductores. Todo era más personal. Ahora, somos un ID, una referencia, un número de teléfono o un código Bidi. Y aunque creamos que la plataforma tecnológica nos hace llegar a todo a golpe de segundo, nos hace vulnerables ante la invisibilidad física.

En una jornada de Marketing digital a la que asistí hace tiempo, plantearon si los humanos seremos seres híbridos en un corto plazo de tiempo. Me asustó la idea pero, automáticamente, me vino a la cabeza la imagen del Cyborg, un ser humano que tiene integrado un gadget informático en su cuerpo. A raíz de mi aportación a la sesión, contaron la experiencia tecnológica que se había llevado a cabo en una empresa sueca. Habían integrado un chip a  los trabajadores con la finalidad de facilitarles la vida laboral. Una vorágine tecnológica en la que no será suficiente con llevar un móvil en la manos, sino que estará dentro de nuestro cuerpo.

A la larga, estaremos más conectados en una red de personas invisibles. Llamadme clásica pero creo en los abrazos carnales, no en los virtuales.

M.

 

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Tu culpa, la mía o, simplemente, la edad

julio 26, 2018

Esta mañana, me ha llamado una gran amiga para contarme una decisión que acababa de tomar. A pesar de su seguridad innata y fortaleza ante las disyuntivas, necesitaba ese empujón para llegar al punto raíz, donde ella es feliz. Como le he dicho: si haces las cosas como a ti te gustan y tu quieres, siempre contentarás a los demás y, lo mejor, contentarás a tí misma. Porque irradiarás seguridad y felicidad. Cierto que, ahí, nacen las culpas. Hacer lo que a uno le gusta conlleva insatisfacciones a terceros.

Buscamos culpables para hacernos víctimas de la situaciones que se nos escapan de las manos. Cuando lo realista sería ser aceptar nuestras decisiones y actos con determinación y coraje. Porque es nuestra vida ¿no? Vivimos la vida sintiéndonos juzgados por lo demás. ¿tanto te importa lo que piense tu vecino, tu amigo o tu novio de ti? Me viene a la cabeza una de mis citas favoritas de John Locke que dice: «Soy yo el único juez dentro de mi propia conciencia, porque soy yo quien habrá de responder en el gran día al Juez Supremo de todos los hombres». La verdad es que no puedo estar más de acuerdo.

Se juzga que una persona conservadora esté a favor de la homosexualidad. Y que un votante de izquierdas sea taurino.  Todo debe ser negro o blanco cuando, en realidad, hay muchos colores intermedios. Una vez, un chico me dijo que no me pillaba. Que no comprendía mis gustos, unidos a mi personalidad y mi forma de vida. Yo le contesté que era ecléctica, que vivía la vida como un aprendizaje constante y la persona que yo era, se fundamentaba en experimentación y en ser la persona que YO quería ser. Y teniendo una base súper sólida, fluía ante las circunstancias de la vida como si fuese una sirena, ¡no olvidemos que soy Virgo!

Un perfil indómito es fácilmente juzgable por las masas. Pero, bastante querido por las minorías. Porque no entra en el canon de un estereotipo clásico. Y eso confunde al personal. Les hace sentir inseguros porque sienten que, tan solo, conversar con esa persona es un ejercicio de alto riesgo. Y cuando observan que no pueden pillarlo, ni entenderlo; lo juzgan. Y lo que no se dan cuenta es que el legado de Locke está muy marcado en su conciencia y es difícil sentir culpa por ser así: diferente y original.

Y todo esto viene porque, ayer, me volví a ver, por vigésima cuarta vez, un capítulo de Sexo en Nueva York, donde Carrie Bradshaw y Mr. Big, se culpan el uno al otro por la actitud que muestran en la relación. Este capítulo me trae nostalgia como los chicles Bubbaloo. No es mi culpa que me gusten, tampoco es la tuya que te disgusten. Tal vez el elixir para  ser feliz, sea «ir a nuestra bola», tal cual, sin aditivos. Y eso, no significa pasar de los demás e ir pisándolos como si fueses el Príncipe de Maquiavelo, sino ser autónomo en el zoo de la vida. Y vivir sin mochilas de carga, ni arrepentimientos.

La culpa puede que la tenga la edad. Ya que la edad, te quita culpa. Lo más interesante es vivir sin pensar en qué pensarán los demás.

 

Love, Micky.

 

 

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Pasear Madrid, incluso en verano

junio 22, 2018

«Madrid es una excusa para contar historias»   Francisco Umbral

Pasear por Madrid es una gozada siempre que no hagan 35 grados a la sombra. Y hablando de sombras, ayer, descubrí unas pintadas en el suelo de la Plaza de Juan Goytisolo que me hicieron mucha gracia. Ahora te preguntarás, ¿Cuál es esa plaza? La plaza que nunca tuvo nombre porque, coloquialmente, se la llamaba la Plaza del Museo Reina Sofía, ha recibido el nombre de un escritor español, referente de la literatura del siglo XX.

Según Carmena, él estaba en contra del casticismo madrileño y percibía Madrid como una ciudad abierta al mundo. A pesar del cemento de la plaza y de la escasas zonas de sombra, se instalará más zona de sombra – no sé cómo- y muchas plantas para dar frescor a esta plaza. La historia de los grafitis de las sombras, tal vez, sea un guiño a las innumerables sombras que pasan al día por la concurrida plaza.
Me hice esta foto, esperando no quedarme estampada en el suelo por el fuerte calor que hacía.

Hice unos recados por la zona y de vuelta a casa, cogí el autobús. La verdad es que, en verano, los buses ponen el aire que da gusto. Cuando voy en bus, no hay cosa que me guste más que quedarme mirando a personas que tienen una cualidad que me llama la atención. No miro a la chica random que Whatsappea a la velocidad de la luz, sino a personajes que tienen algo especial. Ayer le tocó a un niño de unos 10 años ser el objetivo de mi mirada. Llevaba gafitas de pasta; con cara de aburrimiento atroz, posición desgarbada y miraba con hipnosis lo que sucedía fuera. Me hacía gracia porque eramos los únicos que no manejábamos un smartphone entre las manos y estábamos seducidos por lo que pasaba en el momento presente. Los demás eran hijos de la era tecnológica que ven sin ver nada, solo tienen ojos para su smartphone. Y así pasa, que se pasan la parada del bus, les duele el cuello o no se enteran de nada.

El niño llegó un momento que se cansó de ver la ardientes calles y empezó a incordiar a su padre. Yo también me cansé de mirarle. Suerte que la siguiente parada era la mía y, a disgusto, bajé de ese fresco viaje para llegar a la ardiente Little Italy de Madrid. Sí, no hace falta viajar a la Gran Manzana para disfrutar de la cultura y gastronomía italiana. Como decía el señor Goytisolo, Madrid es una ciudad abierta al mundo. En la manzana de la calle Ríos Rosas y Modesto Lafuente, se encuentra el Consulado de Italia, el Liceo Italiano, librerías, tiendas y restaurantes italianos. Así que llegué a mi destino, el MERCATO ITALIANO, súper recomendable por su variedad de embutidos y productos Gourmet.

Ayer había una degustación de cerveza artesanal – espero que esta moda acabe pronto. La cerveza se bebe, no se mastica – y un riquísimo aperitivo italiano. Salí y: “las calles seguían ardiendo” como cantaba Carlos Tarque.

Arrepentimiento aparte, entré en el gimnasio y quemé calorías al ritmo de la lista de reproducción que menos pereza me dio escuchar. En Madrid da tiempo a pasearse todo.

M.

1 comentario · Categorías: Cultura, Gastronomia Tags: cultura, little italy, Madrid, pasear

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