—¡No es momento de discutir otra vez por el dichoso plato! — dijo Mónica con voz irritada. Hugo, su pareja desde hacía casi dos lustros, miró hacia el suelo con la sensación de ser un impertinente. La gastronomía era la pasión común de la pareja y cada vez que él iba al restaurante de Mónica, afloraban sensaciones y gustos encontrados. Ella era chef y él crítico gastronómico. Desde que se conocieron en Sicilia, todo había cambiado. Ella había sufrido un estancamiento creativo y él luchaba porque Mónica volviese ser una chef de éxito.
La compra del ático en el centro de Madrid, les llevó a un desencuentro abismal. Ella justificaba su ausencia de creatividad en la incomodidad de la casa y a la ausencia de Hugo por sus innumerables viajes alrededor del mundo.
Esa noche, hacía un calor insoportable. La poca corriente que había en la habitación abuhardillada no dejaba dormir a Mónica. Por primera vez, en sus recién cumplidos cuarenta años, empezó a sentir dudas acerca de su profesión. En el fondo, estaba harta de cocinar y formar a cocineros de pacotilla para que hiciesen burdas réplicas de sus platos.
También, tenía la sensación de que su relación con Hugo había pasado a ser un segundo plato. Ya no se hablaban con cariño, el sexo era inexistente y las conversaciones quedaban reducidas a gastronomía en la peor de las versiones. Mónica amaba a Hugo y no iba a permitir que su profesión acabase con ellos. Tras mil y una vueltas, se encaró a su pareja y le miró fijamente hasta que llegó el alba.
Cuando él abrió los ojos, ella le dijo: —Si Sicilia nos unió, no permitiré que ningún plato nos desuna más— Hugo, somnoliento, derramó una lágrima. Para él, su chica era su primer plato. El más delicioso de los bocados. Ella le propuso volver a Sicilia. Él aceptó sin pensarlo.
Al aterrizar en Catania, la mejor de las Caponatas les esperaba. Sobre un pan recién horneado, laminas de berenjena doradas, sobre una jugosa salsa de tomates y, aceitunas y alcaparras frescas, que derrochaba el mejor de los aromas. La comieron entre risas y confesiones del corazón.
Al poco tiempo, Mónica encontró una Osteria rehabilitada de finales del siglo XIX. Encontró su nuevo lugar. Volvió a amar la cocina y a Hugo.








