Otro día más, una de esas noticias del Telesucesos de por la noche me dejó perpleja. Es cierto que estamos banalizados con el mal: nos podemos comer un cordero asado mientras vemos a través de una pantalla LCD como niños civiles mueren en una guerra que no tiene fin. Como el sufrimiento, la sangre y la desolación no nos afecta lo suficiente y tenemos la capacidad de intercambiar pantalla contestando un Whatsapp de donde quedamos luego. Y es una verdadera miseria que los seres humanos seamos tan sumamente invisibles.
La noticia: «Nadejda, ocho años muerta en su casa sin que nadie denunciara su ausencia», me produjo una tristeza infinita. Pensé para mí, ¿nadie en este mundo la echó de menos durante casi 3000 días de ausencia? ¿Tendría hijos, hermanos o vecinos? Cuando me puse a investigar sobre el suceso, me sentí más conmovida ya que la mujer de origen ucraniano tenía un hermano en Ucrania y dos hijas que vivían también en España. Un buzón lleno de cartas, un coche inmovilizado durante todo este tiempo lleno de polvo y una puerta cerrada desde dentro en la máxima invisibilidad. Y me parece algo increíble que, en España, ya son 5 los casos de fallecimientos no notificados en lo que llevamos de año.

Y esto me lleva a la idea de que la vida está pasando demasiado deprisa ante nosotros y los avances tecnológicos son un ataque a nuestra identidad. Antes había más contacto personal y eramos un nombre más un apellido. Recuerdo cuando iba al colegio que saludaba al panadero de debajo de mi casa e incluso los días que la pereza me inundaba, cogía el autobús, y me sabía el nombre de los conductores. Todo era más personal. Ahora, somos un ID, una referencia, un número de teléfono o un código Bidi. Y aunque creamos que la plataforma tecnológica nos hace llegar a todo a golpe de segundo, nos hace vulnerables ante la invisibilidad física.
En una jornada de Marketing digital a la que asistí hace tiempo, plantearon si los humanos seremos seres híbridos en un corto plazo de tiempo. Me asustó la idea pero, automáticamente, me vino a la cabeza la imagen del Cyborg, un ser humano que tiene integrado un gadget informático en su cuerpo. A raíz de mi aportación a la sesión, contaron la experiencia tecnológica que se había llevado a cabo en una empresa sueca. Habían integrado un chip a los trabajadores con la finalidad de facilitarles la vida laboral. Una vorágine tecnológica en la que no será suficiente con llevar un móvil en la manos, sino que estará dentro de nuestro cuerpo.
A la larga, estaremos más conectados en una red de personas invisibles. Llamadme clásica pero creo en los abrazos carnales, no en los virtuales.
M.
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