Quien nos iba a decir que un virus nos iba a paralizar en casa durante tanto tiempo.
Hace tiempo, pensaba que el mundo no iba como tenía que ir. Que la rueda giraba tan deprisa que iba a alcanzar un tope que la frenara. Todos vivíamos incontrolados. Cada vez había más metas irreales e inalcanzables. Éramos consumistas de hedonismo caduco. Premiaban los Likes y no valorábamos la importancia del ahora. Íbamos corriendo a todos los sitios, sin llegar a tiempo a nada. Vendíamos una fachada ocultando lo que realmente teníamos dentro. Planificábamos un futuro, sin pensar que estábamos perdiendo nuestro presente.
Además de eso, lo pasábamos bien, muy bien, pero considero que solo a ratos, porque repito, que la rueda iba demasiado deprisa y no daba tiempo a valorar el qué, cómo, cuando, cuanto y dónde. Podríamos pensar en una Tercera Guerra Mundial, pensamiento que se esfumaba al tiempo que el trago de vino recorría nuestra garganta. También pensamos en un ataque cibernético, más de un día sin Internet y enloquecíamos sin conexión. Solo huelgas y más huelgas, fastidiándonos en los momentos que más necesitamos, pero la rueda seguía su inercia. Yo siempre me quejé de mi época. Una época en que premiaba la silicona y el último Iphone para hacer fotos de una realidad virtual irreal. Una época donde ser ingeniero o médico no era valorado, pero si ser futbolista o influencer de calcetines.
De repente, un día, el mundo se para, la rueda se frena en seco y un maldito virus nos hace darnos cuenta de muchas cosas: somos más frágiles de lo que imaginábamos y que la Madre Naturaleza necesitaba un respiro. Después de dos meses confinados en nuestros hogares, prevalece lo real y el valor de las pequeñas cosas. Pero, qué pena que esta situación tenga que enseñarnos algo que antes no habíamos visto. Que los médicos salvan vidas, qué pena que hasta ahora no se haya visto así. Que trabajadores de supermercados y logística, son empleos esenciales y han trabajado duramente por ofrecernos alimentos, pedidos y servicios. Qué pena que no vernos, nos haga sentirnos más cerca. Que pena no darnos cuenta de lo que teníamos hasta que lo hemos perdido.
De esta situación no aprenderemos sino lo hacemos en la misma dirección y para eso, por muy utópico que suene, los políticos deben dejar de hacer demagogia y empezar a hacer política de oportunidades y méritos. Toda la cadena de trabajadores de actividades esenciales no ha hecho huelga cuando más se les ha necesitado. Eso debe premiarse y no mediante aplausos en los balcones, sino mejorando sus condiciones. Apoyando a las pequeñas empresas y autónomos, motor de nuestra economía, y no poniendo infinitas trabas a las grandes empresas que dan trabajo a millones de personas. Y que no se nos olvide, que cuantos más trabajemos, más impuestos pagaremos y con ello, salvaguardaremos la maravillosa sanidad pública que tenemos y ayudaremos a los más desfavorecidos.
Sino cuando todo esto pase, porque pasará, volveremos a lo anterior. Olvidando, entre otras cosas, cómo se hornea el bizcocho de limón que aprendimos a hacer en la cuarentena.
Deja una respuesta